lunes, 17 de diciembre de 2007

Ya en el autobús, dormitando en mi asiento de cuero y mientras me pasaba la lengua por los pelillos del bigote con regusto a ketchup del Burger King de Victoria Coach Station, repasaba mi vida en estos últimos días.

Mucho he aprendido, de quien merece y quien no merece la pena, de qué es la amistad de verdad y la amistad de un rato. Pero todos esos pensamientos se eclipsaban y me recordaban a aquel hombre que se paseaba por la estación comiendo las sobras de la gente. Delante de ellos, mostrándoles sus vergüenzas.

Y ahí estaba yo, con mi royale chicken, fries y coke, cuando vi por primera vez esa figura que se arrastraba medio coja con aspecto de gollum, de barba, pelo canoso y despeinada. Miraba en las mesas, recogía las migas, y las engullía.

Estoy seguro de que era un lavado de conciencia, pero no me he comido mis fries y se las he ofrecido. Me ha dicho algo, pero ni siquiera me ha sonado inglés, y eso que estaba en Londres. Todos buscamos fortuna, sólo unos pocos la tenemos.

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